Una sola hija mujer.
Fue solo una hija la que fue mujer, una niña, luego llegaron cuatro varones que nacieron de ese matrimonio. Una niña a la que ya habían bautizado con un sobrenombre antes de nacer. Es que la madre titubeaba con el nombre de José, si es que acaso el bebé que esperaba fuese un niño. José, -se reían los tíos- como el compañero de banco de la madre, José, como el amigo del padre, compañero de aventuras de la juventud. El padre del bebito que esperaban no estaba para nada contento con el nombre del cual se reían los tíos, y cuando se produjo el parto la beba fue vitoreada como "Pepita".
Un apodo es un apodo y hubo alguien que dijo “Un apodo es la piedra más dura que el diablo puede arrojar a una persona”, no sé quien fue William Hazlitt, pero el Pepita quedó nomás en ese ser que fue creciendo, como una piedra dura, a veces como una flor bonita que se arroja también. Aparte de la niña, que finalmente se llamó Laura María, la familia siguió teniendo hijos, nacieron otros dos, varones, seguidos, esperados o no tanto, la familia había crecido súbitamente y necesitó de otra vivienda para instalarse, por unos años, y con un salario magro de médico y de policía (investigador de la policía, perdón), la familia se trasladó al domicilio de la abuela, que había quedado viuda y vivía en un caserón en pleno centro, con numerosas habitaciones y patios alejados.
El caserón fue un salvavidas de plomo para la familia. Horripilante experiencia para la madre, convivencia forzada con las hermanas solteras y casadas del padre, ellas con sus vidas alegres y licenciosas, los múltiples hijos correteando por los largos patios. los cuñados que la madre debía aceptar como familiares. una pesadilla para la madre, que no había vivido nunca esa convivencia en su provincia. El caserón sin embargo, se encontraba en un barrio céntrico muy lindo, requerido por las familias tradicionales, por eso casi toda la familia del padre vivía ahí en ese momento. Las habitaciones de recepción daban a la calle, el living, el gran comedor, y mientras se ingresaba uno iba recorriendo otras dependencias, las piezas, los baños, hasta llegar a las habitaciones de servicio al fondo, con las soledades de las empleadas y la oscuridad de esos cuartuchos miserables. En el patio del fondo había una higuera que el padre de la niña amaba.Felizmente no duró mucho ese momento infeliz de convivencia con los abuelos , pronto el padre compró una casita en una esquina de un barrio que se estaba construyendo, esos eran los cimientos de la gran clase media de los años 1960.
Como fuera que fuese, padre, madre y tres chiquitos, se mudaron con poquitos petates un buen día. El barrio tiene calles de tierra, no importa, los niños son felices. El barrio carece de nombres en las calles, no importa, el padre le hace carteles con maderas de cajones de manzanas. En el barrio pasan los mas hermosos caballos de carreras, -¿viste gorda? ¡Es que cerquita está el hipódromo, y el Jockey Club! -dice el padre-
Y a la madre de ojos azules se le eriza la piel, y no sabe porqué. Dentro de ella misma hay una certidumbre, lo sabe bien, su apellido es inglés y a los ingleses les gusta el turf, las carreras, los caballos lustrosos. El deporte y los caballos están en la sangre de la madre, por más que ella no lo admita.
Y allí van pasando los años de la infancia en el patio de calles de tierra.
La niña va creciendo, como crecen todos los niños, el barrio resulta un barrio de extranjeros, en la cuadra hay una familia de apellido italiano, cuya madre grita al atardecer, cuando los juegos en la calle se han apaciguado, todos los nombres de sus hijos "¡Bettina! ¡Flavio! ¡Fabiana!" para que entren a bañarse y acicalarse para la cena. Impecables.
Al lado viven los yugoeslavos, madre y padre con dos hijos enormes de tamaño y callados, muy dulces y buenas personas, casi en la esquina, frente a la casa de los Cámara, vive un matrimonio con dos hijos, ella es francesa, trés chic, alta, flaquísima, fabulosa. Su marido es mendocino, como ella también ya que se conocieron en San Rafael, Mendoza. La madre le habla a sus hijos en francés, y la niña rechaza la lengua extranjera, la madre le dice a la nena "la goggda" porque es una niña divina y gordita, que ama el orden, los libros de cuentos y los jardines que diseña su madre. La vecinita de enfrente juega a menudo con Caroline, y comparten el mundo de las muñecas y los libros de Perrault, si, dicho así, en español, no en francés. La vecinita, por ende aprende a hablar en francés escuchando los dichos de la mamá de su amiga.
Los cumpleaños de los años sesenta, los niños de pantalones cortos, camisa y corbata. |
Cerquita de la casa de la esquina hay otro extranjero más, un ingeniero alemán seriesísimo, alto, casado con una mujer árabe por demás bella, y ellos tienen cuatro hijos, algunos muy alemanes, algunos con una riquísima mezcla en sus facciones. En la esquina alejada vivía una familia que estuvo comprometida políticamente en los años setenta, y allí hay otra crónica escrita que prometo publicar acá. Y ese era un poco todo el barrio, que fue creciendo pausadamente en la infancia. Hubo juegos, canchitas, baldíos en los que se podía construir chozas, no había peligro, fuimos todos hermanos.
(estas somos nosotras hoy: Fabiana, Caroline, Lisa y yo, la patrona) |
La familia de la niña fue creciendo y la casa era grande, los varones dormían juntos, luego los mas grandes tuvieron su cuarto y los más chicos otro. Y la niña siempre tuvo un cuarto propio.
Podía desordenar a su antojo, pues había siempre una empleada venida de Jujuy para ayudar a la madre y trabajar en la casa. En fin, siempre hubo libros, revistas, muñecas, ropa, y porquerías en los cajoncitos pequeños del placard. Eso quería la niña, que mientras tanto leía y leía en sus ratos de ocio, ya que sus hermanos varones salían todos a jugar entre ellos y con los vecinos. Ella elegía la lectura. Un buen día le apareció una familia que se instaló cerquita, en otra calle, y con esa familia vino la amiga de toda la vida, la familia francesa ya vivía lejos, en zona noroeste, en una casa bellísima, con pileta de natación y cancha de tenis adentro.
Las dos amigas nuevas se abrazaban en las soledades, en los malos momentos de abandono, porque lo chicos de los años sesenta fuimos chicos de muchos hermanos, de madres que no miraban profundamente a sus hijos, tan ocupadas a veces, tan depresivas, otras.
Lisa y Laura se hacen amigas, se reúnen, juegan, comparten las muñecas y los juegos de té, los largos libros que las atrapan, y tejen una amistad que dura hasta hoy, con sus vericuetos, sus distancias, y sus largas charlas.
Y la niña deviene mujer. Una noche a fin de un año en donde la jóven había terminado sus estudios, a la casita de Iponá llega a buscarla para salir un joven flaquísimo, flautista, músico. La niña -sin saber el porqué de su vocación-, había elegido el teatro para su vida, tal vez porque le gustaba expresar, tal vez porque le gustaban el cine, la tele, la actuación, ni ella misma se podía explicar el porqué de la elección. Lo cierto que el muchacho era artista como ella, y allí fueron los dos, se enamoraron y se eligieron.
Usted que está leyendo se pregunta a todo esto: ¿Porqué esta nota se llama "La habitación de la adolescente? ¿Qué me está contando esta patrona?
Y es que llegamos al día de hoy, en que la Patrona recuerda y rememora su infancia y adolescencia, el barrio en donde ya no vive y que quedó allá en el sur de la ciudad, con las calles "vacías de niños" como decía María Elena Walsh hablando de Paris con gabán de pizarra. El barrio con caballos del Hipódromo, con sus cuidadores orgullosos, con los vecinos gritones y los idiomas de todas partes. Laura, la patrona se ha casado hace mil años, ha tenido hijos propios y el tiempo ha sido tan veloz que ya los mismos hijos no viven con ella y su marido, y Laura tiene tiempo para rememorar y escribir. Y lo hace.
Es de confesar que los cuartos en donde habita esta rata del Horóscopo chino, (nació en fines del año sesenta, y tiene todas las características del roedor), son fascinantes. Hasta para ella misma, hay ropa, ruleros para su pelo rebelde, collares hechos y que ella misma se fabrica, libros sin leer, libros leídos y no ordenados, además por rincones encontramos: ropa, zapatos, cosméticos en cantidades, a veces muñecas a medio vestir, revistas de todo tipo: moda, manualidades, arquitectura, literatura. A la única persona que le disgusta esta convivencia es al marido de la Patrona, que la sufre en silencio y a veces explota de ira cuando encuentra algún zapato tirado. Laura hace esfuerzos, ordena su placard una vez por semana, de vez en cuando tira algún producto de cosmética ya vencido, pero es más fuerte que ella la pulsión desordenada y acumuladora.
Y es allí que esta Patrona tiene sus "Habitaciones" nuevamente, la que le da título a esta nota está en el Centro Paseo de las Artes, allí Laura instaló una radio, con sus parlantes ( estaba juntando polvo en un depósito), allí los CDs se pueden escuchar y la música invade la biblioteca, que además es Ludoteca, pues Laura estimula al juego entre personas mayores, e incita a la lectura de libros, y se permite tener revistas viejas y hojearlas entre las horas sin alumnos. Los colegas le dicen "adolescente" a ella, que ya es sexagenaria, y la Patrona se ríe mucho, de verse en ese antiguo lugar de adolescencia, aún asi, aceptando los próximos sesenta y tres, ésta mujer se siente feliz de recordar todos los cuartos, las habitaciones en las que ha dormido, amado, leído hasta la madrugada, acumulado objetos inservebles y sobre todo y más allá de todo, ésta mujer ha sido muy feliz.
La patrona artista. |
La patrona en ruleros! |
Feliz comienzo de año Patrona! |