Historias de vestidos.
Vestido de la tía Ana , copia del original género de la pollera de Martita |
Esta historia
me la contó mi amiga Celina González, una tarde de verano en que abrió su placard, La idea era vaciarlo, y
darme toneladas de ropa de las cuales algunas prendas usaré, y otras pasarán a
otras manos y otros cuerpos, son verdaderas bellezas ya que mi amiga es una
persona cultísima y tiene un gran sentido estético, nada es porque si, los
colores no son estridentes, los estampados son armónicos y ni que hablar de los
géneros, una finura total. Mientras hablábamos y cargábamos en bolsas
bolivianas y valijas mil, y nos confesábamos los amores clandestinos de la
juventud y la adolescencia, Celina tomó entre sus manos un vestido azul,
antiguo, y me dijo: “-éste no, es de mi tía Ana”- y se produjo un silencio
inapelable.
A los dos minutos estábamos
revolviendo nuevamente y entonces ella pudo hablar y contar la historia. Quien
fue testigo de ese momento en donde un vestido hizo que la voz de mi amiga se
quebrara, les dejará esta historia.
Las dos hermanas.
Ana y Martita eran hermanas. En realidad eran cuatro
hermanas que vivían en una localidad del interior y por deseo de sus padres fueron llevadas a
estudiar en la capital de la provincia, desde muy jovencitas. De ellas cuatro,
Ana y Martita eran muy unidas y compañeras, Ana, la mayor, era brillante y hermosa, heredaba de su sangre
una belleza latina y una postura muy de Sofía Loren, alta, elegantísima. Su
hermana Martita también era una mujer elegante, por supuesto también culta y
vivaz y tenía pasión por los libros, la pintura, los viajes. Las dos estudiaron
en colegios y las dos terminaron sus
estudios superiores, y al llegar a la edad adulta ambas conocieron a sus
novios, que fueron sus maridos para toda la vida. Cando Martita se casó, -la
primera- es que se produjo el primer de
muchos dolores que tuvo Ana, ya que esta
elegante y hermosa mujer se casó con un hombre encantador que la hizo muy
feliz, un médico de la ciudad, querido por todo el mundo, pero los hijos no
llegaban. En tanto que Martita, sin haber sido tocada por tantas gracias
físicas eligió a su marido en el grupo de los muchachos muy buenos mozos de la
ciudad de provincia, y por supuesto, también fue enormemente feliz, y no
solamente feliz –hay que decirlo- sino también enormemente rica, pues el joven
esposo tenía una especial habilidad con los negocios, y el dinero fluía en
aquel hogar. Martita además ejercía como maestra, y año tras año traía un nuevo
hijo al mundo, -cuatro en total- lo cual provocaba en su hermana dolor, al no
poder realizar el mismo sueño de ser madre y de tener muchos hijos.
Pero la
historia se detiene en un detalle, y no debe interesarnos qué pasó después
porque estas dos mujeres que fueron creciendo en la vida, siempre se respetaron y se quisieron
muchísimo, y quisieron a los hijos de ambas, y siguieron las carreras y los
festejos, y los estudios de los chicos que, fueron creciendo. El detalle era el vestido
azul que mi amiga, hija de la maestra, sacó del baúl en esa tarde.
Pollera de Martita, en finísimo bordado. |
“-Mi mamá era muy rica”, confesó mi amiga
entrecortadamente, “y se compraba vestidos, polleras y muy linda ropa, bordada
o de buenos géneros. Como le quedaba bien, porque era alta, se los mostraba a
su hermana –que no era rica, y que había podido tener una sola hija- y mi tía, que no podía soportar que su hermana
un poco mas chica y no tan bella fuera más que ella, inmediatamente corría a
las tiendas a comprar el género más parecido y se hacía hacer con modistas ropa
parecida a la de su hermana”…
Nos hizo reír a Celina y a mí esta bonita
historia de amores y envidias, y de hermanas que se aman por siempre.
Y es así que, de los baúles y arcones polvorientos reaparecen estas prendas que nos mueven emociones, nos recuerdan a personas que
hemos amado intensamente y que ya no están y nos hacen sonreír de a ratitos
recordando las locuras, las tonterías y
las pequeñeces, las pasiones que nos definen y que nos hacen enteramente personas en este
mundo.
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