Este poema lo escribí en una hojita de Mac Donalds, el ocho de noviembre del año veintidós.
Ya había pasado el día de los muertos, ya había pasado el día de la madre. y vos estabas ahí, en mi recuerdo, donde siempre estás. Y estarás.
Lo poquito que pudimos compartir de vida lo hicimos, aún no entendiéndonos. Serías feliz hoy con tus nietos grandes, con tus nietos cambiantes, tus nietos varones, mis hijos.
Yo amo a mis hijos como vos nos amaste a nosotros, como la abuela los amó a ustedes, sus propios hijos. Y eso es lo importante. Es que no te fuiste. Estás acá, y te quiero como siempre.
Entraré en tu templo
Me invitarás
la puerta con el picaporte dorado
que dejaste al cerrar para siempre
aquella casa,
hoy se abrirá para mi.
Me perderé en los largos pasillos
a mis oídos llegarán
las voces perdidas de la infancia
y ellas me guiarán hasta el recinto
antiguo
donde olíamos el café recien molido.
No me detengo en este recorrido
quiero echarme contigo en tu gran cama.
Sentir que abrazas mi flacura e inocencia.
Quiero darme cuenta que no hay nadie,
que perturbe nuestro abrazo, y tu somnolencia.
En un momento llego a tu sillón, Te veo rodeada de libros ahora,
Estás ahi, tus ojos grises miran la ventana de rejas,
Estás mirando la calle, el pino.
Siempre sabia, quieta, imperturbable.
Mía para siempre. Madre.
Qué hermoso,sereno y verdadero recibir un amor así.
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