Siguiendo los consejos de Leila, recorro mi jardín y miro.
Veo pájaros, palomas, siento el perfume del árbol del Paraíso. Me detengo junto a un arbusto que ha crecido rápído y veo sus bellezas, bonitas, flores hermosas y extrañas. Continúo en el recorrido y llego a las macetas, allí están turgentes las flores nacidas de cactus pequeños. En el estanque se yerguen las Calas, me las regaló una amiga querida, son plantas que aman el agua y que transforman su ambiente mejorándolo. Mas tarde me llego a mi estudio y observo las fotos de las flores de fieltro que hicimos junto a compañeras de taller, flores hechas por manos deseosas de obra, de charlas de mujeres, manos que necesitaban el hacer y coser. Ahora escribo sobre estas flores espontáneas, extrañas. Vivas y muertas como el fieltro. Escribo. Mis ojos guardan la vivencia de estas Lagañas de perro, la nariz el perfume de las flores del Paraíso. El agua del estanque agradece las Calas. y yo escribo.
Cuidar un jardín ayuda a escribir.
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