Dentro de los tesoros que tengo en esta vida uno de ellos son mis amigas, ¡qué lindo, qué bueno! Como he sido siempre una chiquita huérfana, solitaria en un mundo de varones, no me permito no tenerlas, no llamarlas, no estar atenta a sus vidas, los casamientos, los nacimientos de sus hijos (ya son todos grandes) cumpleaños, exposiciones, trabajos, proyectos de vida. Y a la larga he cosechado grandemente lo que he sembrado, tal vez no en llamadas por teléfono, pero sí cuando nos vemos, siento un gran disfrute, y por suerte también lo sienten quienes están a mi alrededor. En el caso de ayer jueves fue que se fue armando de a poquito, Marissa y yo salimos a comer, a tomar cafecito y decidimos extender la invitación para las otras chicas, y nos convocamos un poco por facebook, otro poco por teléfono, y después de varios avatares de desencuentro de calles nos encontramos en el barcito (bello y muy bien servido) de la Cañada y Jujuy. y ahí pasamos unas cuatro horas sentadas charlando y muriéndonos de risa, hablando de nuestros pesares, los padres ancianos y muchas veces dementes, los hijos e hijas ya crecidos y con sus problemas, nuestra próxima o ya instalada menopausia con sus efectos sobre nuestro cuerpo, imposible de seguir describiento todo y cuanto conversamos, además nos hicimos generosos regalos -el peor fue el mio- (lo compré a último momento: unas exquisitas obleas Bauducco para devorar después de comer, y obvio para generar kilitos).
Yo recibí hermosos aritos, sahumerios hindúes, crema para manos, gomita para el pelo, y un collar de perlas barrocas y oscuras que es una verdadera BELLEZA y me lo regaló con todo cariño Marissa, un verdadero placer y un momento de gran felicidad.
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