Jugar a las visitas
Ahora que soy grande voy a jugar a las visitas. Las
que fuimos niñas ¿recuerdan que
ése era uno de los juegos de la infancia? El juego consistía en ir a la casa de alguien
y visitarlo, y conversar alegremente mientras se tomaba un té, como las
señoras. Sólo el recuerdo ya es una
delicia, jugar a las visitas era compartir el tiempo alegremente con nuestro
visitado, charlar, interesarse por lo que le pasaba, su familia, su salud, las trivialidades de lo cotidiano, y mientras tanto la tacita con té caliente permanecía en nuestras manos. La costumbre se ha perdido, desgraciadamente.
Los hombres y las mujeres de hoy ya no tenemos tiempo libre para visitar y
charlar, siempre estamos ocupados en nuestras obligaciones y trabajos, con agendas,
con cosas de nuestra familia, con imposiciones de nuestros hijos, de nuestros
padres viejos etc. Quiero robarle a Alejo
Carpentier una hermosa palabra que leí en sus libros: la palabra
tráfago: los hombres y las mujeres de
hoy estamos inmersos en el tráfago de la vida cotidiana, en ese vértigo
absurdo de obligaciones propias o impuestas. Y Pienso en estas pérdidas actuales con cierta
pena, no sólo perdemos de comunicarnos y ver a nuestros amigos sino
que además se pierde el hecho de recibir, ya que el rito de la visita
también compromete a quien es visitado a recibir, a preparar el té o el
café o –entre nosotros los que vivimos
en Argentina- el mate, según el gusto del anfitrión,( a mí, viejísima matera
desde mi adolescencia, me gusta el mate
con algo de azúcar, siempre caliente, y por supuesto con yuyos como la
peperina, o la yerbabuena, o la yerba de burro).
Para jugar a las visitas es necesario el tiempo, pero al
tiempo hay que hacérselo también, porque hacer una visita es un rito fundamental
de la comunicación entre las personas. Durante el otoño y el invierno, al revés de
todo el mundo, yo tengo más tiempo y más ánimo para hacer visitas, la semana pasada estuve en lo de mi vieja
amiga Celina González, con gran charla, cuentos verdes, relatos de viajes a
lugares hermosos, narraciones de familia y consejos que son verdaderas perlas
para mí. Adoré esa visita y adoré a mi amiga charlatana. El martes por la
mañana estuve en casa de Sara, unos matecitos, unas tostadas sencillas en la mañana,
festejando el cumpleaños de Sarita, con charlas de libros y de
plantas, y ayer por la tardecita cumplí
con una visita prometida a alguien a quien quiero mucho: Ana Barnes (el
apellido me encanta, me recuerda uno de los personajes de una obra de teatro en donde trabajé “los vecinos mueren en las
novelas”). Por más que Ana tiene
apellido inglés es todo menos una señora inglesa, es una mujer combativa, que
ha militado desde muy joven en organizaciones políticas, que tiene un compañero
a quien adora y que fue torturado y estuvo preso, que juntos adoptaron una hija
que está preciosa y ahora tiene quince años. Esta hermosa mujer, mi anfitriona,
milita desde hace varios años en Abuelas
de Plaza de Mayo sucursal Córdoba, y sigue buscando nietos sin descanso, ella
que es más joven, junto a abuelas que no
deben descansar de esa tarea loable. Hablar con ella es un verdadero placer,
porque todo le interesa, y todo la motiva. Como Ana todavía trabaja en la
Universidad en el departamento como médica y bioquímica, está muy compenetrada con la realidad, con el
mundo. En su casa compartí el mate, conocí a sus padres, que vinieron desde
Mendoza para atender su salud, y por supuesto hablamos de nuestros hijos, y de
los libros que nos gustan. Nos reímos juntas y criticamos a nuestros maridos.
Comunicación , conversación, idioma en común, las cosas
lindas y terribles y amargas también de
la vida. Compartidas. Cuando me iba, ya de noche pensé: jugar a las visitas,
¡qué lindo juego!