domingo, 10 de mayo de 2015

Hablo de la gorda, mi madre.

ella y yo, bebé.





Hablo de Ella.


Hoy es 10 de mayo, hace poco fue miércoles 6. La semana se cortó en un miércoles en donde no tuve ni un segundo de respiro para desearte a vos, mamá,  un profundo ¡feliz cumpleaños! 
Vos sabés que soy tu única hija mujer, y que no tenemos nada -o casi nada- en común, y hablo en presente, porque para mi vos estás y sos presente. Yo tenía apenas veinte años cuando te moriste, y vos sólo unos nada cuarenta y cinco, en aquel enero árido del 82. Ese enero que sirvió para terminar de pensar en los  todos los eneros como uno de los meses que más me cuesta sobrellevar, enero es igual a calor, a capricornio y los cumpleaños,  a ruido de vacaciones y en el medio de todo el recordar que vos te fuiste también en esos días. 
     Hoy sin embargo no quiero volver a la nostalgia triste, he decidido firmemente desde hace un tiempo aprovechar todo lo que la vida me brinda, aún con su dolor. Tal vez sea que tengo una vida linda y agitada, tal vez sea por ésta casa tan hermosa donde vivo, pues los árboles, los amaneceres, las estaciones,  me demuestran que todo renace, y que no hay invierno que no se pase, y que si uno las riega las plantas crecen, y que los pájaros siguen cantando y haciendo nidos y los perros juegan y los gatos también, que los chicos crecen  y que el Hombre busca la vida, el alimento y la esperanza en todos y cada uno de sus actos, con alegría y con fuerzas, así que no hay depresión ni dolor cuando uno piensa en quien no está sino que siempre estamos dejando nuestra  huella, enseñanza , consejo y amor,   por mas que ya no estemos más en este mundo. 


Mi madre, María Laura Pemberton, nació en Jujuy en mayo de 1936. Sus padres eran María Laura Oyuela, una mujer porteña cultísima, que adoraba Jujuy,(y de quien ya redacté una nota en este mismo blog hace ya un tiempo), y mi abuelo Hugo Pemberton, médico pediatra, un dulce y también estricto, y también querible y entrañable abuelo al que conocí poquito.


 Laura era la mayor de cinco hermanos, en este momento viven ya solo dos, que son mis tíos Huguito y Alejandro,( en esta foto están mirando un celular).
 Las tres chicas están divertidísimas  en otro lugar del universo, liberadas ya de nosotros, los hijos,  y de  los maridos. Liberadas de sus cuerpos y del dolor de huesos, felices ríen mientras toman  el té y charlan a lo loco  como hermanas. Así por lo menos me gusta imaginar ésta etapa de ausencia, tanto de mi madre como de mis tías Mele e Inesa, a quienes adoré también por sus enseñanzas y el inconmensurable cariño que nos prodigaron a los hijos de Kiki ( así le decía a la gorda) siempre.

Kiki y su familia vivieron en Jujuy, mi abuela -una verdadera Diosa en la tierra- tuvo tres hermosas casas: una, la casa familiar con consultorio de doctor, estaba en una de las calles principales de San Salvador de Jujuy. La recuerdo como una casa imposible de describir de lo bella, con patios internos llenos de santa ritas fucsias y encarnadas, además de estrellas federales, que en la zona subtropical se dan de maravillas, una casa bien de Gabriel García Márquez, con el reloj inglés que marcaba las horas y las mediahoras, los patios que se iban abriendo mientras unos iba entrando, el principal, el segundo -de la servidumbre y las tareas de cocina, lavado y planchado- y el tercero del fondo, con gallinas y para colgar la ropa. Hacia el frente, la casa era preciosa, un living inmenso, balcón hacia la calle, las habitaciones eran amplias y luminosas, y, en el gran cuarto de mi abuela y abuelo  había un gigante ropero pleno de ropa, desorden y misterio.
Para los fines de semana, y descanso del doctor, estaba la segunda casa. que era una hermosa y señorial residencia  y se encontraba  a uno o dos kilómetros del centro, en el barrio de Los Perales. Mi abuela, la diosa, Beba, de quien ya conté su paso en esta tierra, necesitaba de verde, de estanques, de pájaros, de robles, y de hortensias. Con mi abuelo habían podido crear este segundo hogar de reposo y de visitas . La casa tenía una extraordinaria galería con pisos en damero blancos y negros, y por dentro un enorme comedor con mesa larguísima y muchas sillas alrededor, coronando la mesa se ubicaba un  mueble aparador, de gran tamaño y   altísimo pues también los techos eran altos en aquellas casas  jujeñas. Siempre había mosquiteros, telas metálicas, en las ventanas, un poco para prevenir las picaduras, otro poco pues los ingleses han tenido siempre un muy mal recuerdo de los paludismos y las malarias contraídos por sus ciudadanos  en sus aventuras expansivas y conquistadoras.
 La casa del barrio de Los Perales se extendía en un gran terreno hacia la cuesta, aún hoy ¡por suerte! hay maravillosos árboles con lianas, pájaros y toda humedad del trópico.


Remo Bianchedi, cielos de Tilcara.
Pero como todo les era poco a mis dos abuelos divertidos y pudientes, se aventuraron en la Quebrada de Humahuaca, el delirio del color para los ojos porteños de mi abuela la diosa. El delirio de la aridez y la aventura, y del cuidado de la salud para los ojos británicos de mi abuelo Hugo Pemberton, y allí fueron e hicieron una tercera casa para las vacaciones de los chicos, en la localidad de Tilcara.
 Es imposible de contar lo que es Tilcara, es un capítulo aparte, Tilcara es la belleza en si misma, los cerros, el cielo,  las callecitas, las personas, la plaza,  la iglesia, el sol brutal de la mañana, las sensaciones mas lindas que existen,  en pocas palabras, éso es el pueblito de Tilcara, a orillas del Río Grande.
Y entre esas tres casas y esa familia transcurrió la infancia y juventud de mi madre, que se fue haciendo mujer con esencia jujeña, de copla, de sol quemante, de trópico y de pájaros, de humanidad necesitada, de coyas y chaguancos, y asi fue que decidió venirse a estudiar la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Córdoba, a mil kilómetros de su tierra Jujeña, a mil kilómetros de sus padres, de sus casas, de su provincia tan querida, pero abrasando un nuevo futuro como mujer. ¡que coraje gordita de mi alma!
En un instante me percaté de que hay un detalle que no he contado, no he dicho porqué a mi madre  le digo gorda...¡porque lo era! desde chiquita ella había sido robusta, de cara redonda y profundos ojos celestes, unos brazos hermosos y rellenos. Kiki era petisa, piernas cortas pero... tenía los tobillos finos, por lo que mi padre, con todo el humor cordobés, le decía que era como una gallina, de las mas finas obvio, la Orpintong Leonada, ¡una genial comparación!


Lo cierto es que la jóven jujeña desembarcó en tierras cordobesas e hizo su experiencia de estudiante, visitó hospitales, sacó buenas notas, obtuvo su título, y cuando ya había terminado la carrera, y se estaba por volver al pago que extrañaba... ¡se enamoró de un cordobés!  

 (continuará....)