lunes, 29 de noviembre de 2021

el Ogro bueno

 Hace un tiempo escribí una crónica para un hombre bueno que había muerto. Hoy escribiré para su hijo




He visto mil veces esa película, y la veo porque me gusta, y me aterra, y la vuelvo a ver.

 Es que tal vez la historia de Juan Matagigantes me lleva a la adolescencia, esa niña soñadora y lectora que encontraba en "El tesoro de la Juventud" fabulosas narraciones de otros tiempos. Esa enciclopedia formada por veintidós tomos, había pertenecido a mi  madre, la edición es de 1930, Y en cada uno de los tomos se podían leer los cuentos mas bellos y más antiguos, con hermosas ilustraciones.

 Juan Matagigantes, o Juan y la planta de habas, era uno de mis preferidos porque me permitía hacer teatro, jugar con las distintas voces, la dulce vieja que era la madre de Juan, el joven ingenuo, y la atronadora voz del gigante que come carne humana.  Ahora, ya adulta  la podemos ver en formato de película, y es muy buena, aunque por momentos también impresionante. 

Entre los "malos" de la película hay un gigante que es a la vez dos, tiene una cabeza suplementaria, que también habla y piensa y que está adosada a la cabeza principal del gigante. La imagen es horrible, se trata de  un ogro malísimo que pretende comerse a Juan y a todos sus acompañantes. 

Qué lejos que nos lleva la literatura y la ficción, -me digo  mientras recuerdo esas páginas-,  estos personajes de mentira que a veces nos representan a seres, buenos o malos, pero reales. Pensaba en estos seres  y los pensamientos se me van enredando, no se quedan estáticos, al contrario, siento que pasa como en esos versos de Violeta Parra "se va enredando enredando, como en el muro la hiedra, y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra" 

 Así es que pensando en tierras lejanas y ogros enormes, enredados en mis pensamientos aparece un joven que es un gigante, inmenso su cuerpo desde adolescente, alto, muy alto y también deportista, como su padre, alto, muy alto.

El joven vivió con su padre desde la adolescencia, la convivencia los aunó, el muchacho pudo empezar y terminar la universidad y siempre su padre estuvo ahí para acompañarlo, él también, siendo un hombre joven buscó compañía y la encontró. Un día el joven buscó otros rumbos para ejercer su profesión, el padre le abrió la puerta de la casa. Una etapa nueva se abría para ambos. Una nueva vida para el muchacho en una  soñada geografía con olor a hierbas serranas.


La montaña abrazó al muchacho. Le brindó resguardo, amigos, familia de afecto, profesión, pacientes, guitarras y alegría- Más tarde también,  volvió a abrazarlo cuando su papá, el primer gigante, el ogro bueno y querido por todos, se enfermó. 

El padre enfermó súbitamente, y fue como un rayo que marcó su vida, dejó de caminar, y el joven le brindó contención y apoyo. Lo atrajo hasta la montaña para colmarlo de cuidados y medicinas alternativas, solían pasar las tardes los dos,  mirando ese cerro de cuarzo, escuchando los zorzales y calandrias, conversando, o haciendo silencio. 

 Eran un solo cuerpo de dos gigantes buenos, queridos ambos por todos, el padre y el hijo, dos gigantes buenos.

La enfermedad sin embargo se hizo cada vez mas presente y el hijo acompañó en cada instante al hombre, en curaciones y ejercicios, pero un buen día ya su padre no estuvo más. El muchacho volvió entonces a la montaña, a su casa y profesión. Volvió a reunir sus pedazos despedazados, el monte y los zorzales, los perros sin dueño, los amigos de siempre lo acompañan al joven grandote, y es tan grande y tan tierno que tiene un caluroso porvenir de afectos, de viajes, de vida aventurera, de trabajo.

Cierro ya este libro imaginario que me lleva a tierras lejanas, a una vieja campesina que no tiene más que una vaca y que ordena a su hijo de venderla para que éste sólo perciba unas cuantas habas que se transformarán en plantas inmensas y que llevarán al muchacho a conocer la tierra de los gigantes. Me despido por el momento de los ogros malos, de las hondas y ballestas, de las batallas desiguales entre hombres y gigantes. 

Al cerrar el libro pienso en los dos ogros buenos que he conocido. El gigante padre ya no está en la tierra  y sí nos queda para nosotros  el ogro joven, sonriente, alegre y solidario, el buen hijo y buen hermano. Un gigante tierno del cual, en la vida de todos los días, en la vida real  sin libros antiguos, yo aprendo tanto.